martes, 14 de julio de 2009

JESUS MILLAN EN LA MIURADA DE PAMPLONA

Rafaelillo estuvo a punto de salir en gloriosa victoria de la siempre dura prueba de los Miuras en San Fermín. En esta ocasión, los de Zahariche fueron más moruchos que otra cosa. Más cuento que calleja, que dicen en los pueblos. De la supuesta agresividad, emoción, listeza, viveza y no se sabe cuántas cosas más que pregonan sus incondicionales, nada de nada, salvo en el tercero, un toro burraco de bella estampa que se había hecho famoso por la mañana.
El toro en cuestión se quedó descolgado en el encierro y a punto estuvo de mandar al otro barrio a un mozo a la entrada de la plaza. Fue dificilísimo meterlo en la plaza, porque no hacía caso ni a pastores ni a mozos. Pasadas las horas, por la tarde hizo lo mismo, o peor aún. El toro era una persona. Mala persona, con peores intenciones. Y acusando los mil y un recortes de la mañana.
A punto estuvo de llevarse a Jesús Millán por delante en el tercer lance de recibo. Al pecho se fue directo, donde esta mañana corneó a un mozo. Y Millán se escapó de milagro. El toro no paró de buscar presa entre todo aquél que se puso delante o que osó cerrarle paso en su huída. Se frenó, estiró la gaita y quiso cazar, no moscas precisamente. Siempre al bulto, a Millán lo tuvo a tiro casi siempre. Y Millán, torero curtido en los Miuras, hizo lo que debía: se dobló con él y punto. El punto fue una caída al segundo intento, con habilidad. Si no la deja ahí, estaba todavía intentando pasar.
El resto de la corrida, a excepción del quinto, fue una moruchada en toda regla. Ese toro, al menos, repitió y quiso lo que duró. Sin tonterías tampoco, sin ser el carro de la tía Antonia, pero quiso y dejó estar. Los otros cuatro, una ruina. El primero, un mozo de amplísima cornamenta, se paró en la segunda serie. El cuarto desarrolló genio y se paró en seco en banderillas para defenderse a gaitazos. El segundo duró dos tantas, que tomó sin clase alguna y más a la defensiva que otra cosa. Y el sexto fue de los de genio defensivo, de no querer ni para atrás. Lo dicho, moruchos de seiscientos kilos.
El nombre de la tarde fue Rafaelillo, que si no llega a ser por la espada habría paseado dos y seguro que tres orejas. Las dos del quinto, el único toro salvable con el que protagonizó una faena intensa, todo corazón, de querer y poder. Abrió en los medios de rodillas aguantando los viajes para después traérselo de largo bien embarcado, por abajo siempre, manejándolo con soltura y oficio. Siempre en el sitio, Rafaelillo tiró del toro para extraer todo lo que llevaba.
La faena fue a más y mejoró mucho en las series finales, donde el torero se rompió, abrió el compás y lo llevó por abajo muy largo. Todo lo que sus brazos y el Miura larguísimo le dejaban. Pero Rafaelillo se fue a los bajos con la espada y dejó al toro cojo, así que sólo hubo que descabellarlo. La imagen de la desesperación del murciano, sentado en la barrera mientras arrastraban al Miura lo dijo todo. Lo que pudo haber sido y no fue.
También pudo cortar otra del segundo, el toro que se defendió pero pasó. Rafaelillo estuvo seguro, siempre a favor del toro, dándole ventajas y llevándolo toreado. El final, casi encima, le costó una voltereta feísima por la espalda. Y casi dos, porque si no pega un recorte al iniciar su labor con un cambiado, se lo lleva por delante.
Padilla estuvo sobrado con un lote nada fácil. A los dos les dio fiesta con el capote y también en banderillas. Solvente en ambos casos, no se complicó la vida con un toro que se acabó al empezar y con otro que no llegó a eso. Y una seguridad pasmosa con la espada para acabar con ellos por K.O.
El sexto fue un trasatlántico que no embistió. Le pegaron en el caballo y el toro siempre se adelantó a la labor de Millán, que pasó un calvario con la espada en media docena de ocasiones.

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